El día que me dijiste que ya no me amabas lo pude entender todo. Porque sí, había algo que aún no entendía.
Me dijiste que ahora lo amas a él como antes me amaste a mí, y yo me pregunté cómo podía un amor como el nuestro haberse mudado a un nuevo hogar, dejando atrás el cascarón vacío, la muda seca de piel. ¿Cómo podía estar completo sin las piezas con las que se armó al nacer?
Entendí entonces que tu amor es diferente, diferente en muchos aspectos. No sólo cambia con el tiempo, sino con los espacios que habita, con las personas que ve y escucha, con las otras ideas y emociones con las que convive en tu pecho y en tu garganta; incluso, diría yo, cambia con los alimentos que comes. Así es como cada día descubres algo diferente en el amor y cada día hay algo diferente que amar para ti.
Mi amor... mi amor no es así, mi amor no es accidental ni contingente, no depende de nada ni puede ser alterado, se mantiene por sí mismo y para sí mismo. Deviene y es perene. Necesario o, diría yo, determinista, tiene un origen claro y un destino inevitable.
Tengo claro que se origina de mí, de la combinación de todo lo que existe en mi ser, de mi capacidad de sentir y entender, de mi escuchar, ver y respirar. Existe porque existo yo y una parte inseparable de mí es mi amor por ti.
Es cierto que no nací con él, él nació más tarde dentro de mí, y también tengo claro cuándo sucedió: Te amo desde que te conocí. No me refiero al primer instante, cuando sólo eras un nombre en una lista o una sombra en los pasillos. Te conocí cuando te entendí, cuando supe lo que te hacía reír y llorar, cuando te escuché cantar, cuando me hablaste de tus lecturas, tu música, tus escritos, de tu frío y de tu calor.
Fue así, cuando te conocí, que todo lo que soy se entregó a ti. Mi mente y mi cuerpo, todos mis sentidos, pensamientos y emociones se unieron a su manera con los tuyos y formaron este diamante inquebrantable que ahora habita en mí. No fue rápido, pero tarde o temprano terminaría por suceder.
Mi amor... mi amor proviene de lo que aprendí de ti y por ti. Fue tanto lo que pude descubrir, lo que pude asimilar y pude comprender... Todo tan profundo, tan claro, tan honesto... Todo... ¿Cómo podría, después de todo, no amarte?
Pero también mi amor tiene un final. Y también lo tengo claro: Sé que morirá conmigo. Cuando cierre por última vez los ojos, cuando el viento no vuelva a entrar en mi nariz, cuando los recuerdos de nuestra estrecha sinapsis se pierdan en la desconexión de mis neuronas, entonces dejaré de amarte.
Qué diferente es nuestro amor, el día que me dijiste que ya no me amabas, por fin lo entendí. No amamos igual.
Pero entonces me pregunté si de verdad lo había entendido todo. Y es que, si no era conciente de eso, si pensé todo el tiempo que me amabas igual que yo a ti, ¿de verdad te entendía por completo? Si mi amor nació de la admiración y comprensión de tu persona, ¿cómo pude haberte amado sin haberte entendido bien? ¿Cómo podía este amor tan seguro, tan certero, tan eterno, haberse formado con una incertidumbre así en su raíz? Mi amor... Yo no amo de esa manera, tan aérea, tan fluctuante, tan incierta. ¿Cómo puede ser?
No lo sé, tal vez no puede ser.
Tal vez ya no veo, ni respiro, ni siento.
Tal vez ya no estoy vivo, porque tal vez, después de todo, ya no te amo.